26 de agosto de 2010. El día del Bulli.
Lo llevaba esperando mucho tiempo. Juli Soler nos dió mesa para un día de agosto. Podía haber sido cualquier otro día y cualquier otro mes. En el Bulli no se elige fecha, la fecha es lo de menos.
Dejadme que hable del Bulli en presente. El Bulli no fue, el Bulli es.
Se encuentra en La Costa Brava, muy cerca de Rosas. Una población turística y bulliciosa. Ese día hacía mucho calor. Era aun muy pronto para cenar, pero Juli te cita temprano, no recuerdo si a las ocho o a las ocho y media; la cena es larga.
Parece increible que a tan sólo 7 kilómetros ascendiento por la estrecha carretera que bordea la costa, todo pueda cambiar tanto. De pronto, paz y tranquilidad, vegetación inmaculada, estamos en un parque natural. El parque natural del cabo de Creus.
Parece increible que a tan sólo 7 kilómetros ascendiento por la estrecha carretera que bordea la costa, todo pueda cambiar tanto. De pronto, paz y tranquilidad, vegetación inmaculada, estamos en un parque natural. El parque natural del cabo de Creus.
El ruido se hace silencio. El paisaje cambia. Se vuelve más agreste.
Poco a poco, curva tras curva, a velocidad moderada, la misma velocidad a la que discurrirá el menú, nos vamos acercando con intriga y cierta dosis de inquietud a las proximidades del Bulli, a la Cala Montjoi. Lo hacemos con la ilusión del niño elegido, el que encontró el papel de color dorado dentro de la chocolatina, y va a poder acceder a la fábrica de sueños de Willy Wonka.
Esta noche soy uno de los cuarenta comensales que tiene el billete dorado en sus manos.
Poco a poco, curva tras curva, a velocidad moderada, la misma velocidad a la que discurrirá el menú, nos vamos acercando con intriga y cierta dosis de inquietud a las proximidades del Bulli, a la Cala Montjoi. Lo hacemos con la ilusión del niño elegido, el que encontró el papel de color dorado dentro de la chocolatina, y va a poder acceder a la fábrica de sueños de Willy Wonka.
Esta noche soy uno de los cuarenta comensales que tiene el billete dorado en sus manos.
La Cala Montjoi es una apacible cala rodeada de montañas; las montañas del pirineo. Es la última Cala antes de que se acabe el tramo asfaltado. Y se compone en realidad de 2 playas distintas; una playa principal y otra contigua más pequeña, que sólo tiene unos 50 m de longitus, la Cala Calís. El Bulli se encuentra entre las dos.
Tras conducir unos quince minutos, uno espera ver la famosa Cala, pero lo primero que encuentra es la entrada misma al Bulli. Ahí, al borde de la carretera. Y resulta una verdadera sorpresa! La primera de una larga sucesión. Esta puerta nos da la bienvenida a un parque de atracciones.
El único que conozco solo para adultos. Porque el Bulli es sin duda, un parque de atracciones gastronómico.
Este es el parking del Bulli. Hemos entrado a través de esos dos árboles que vemos, y estamos dando la espalda a la puerta del Restaurante.
Si nos asomamos a la derecha podemos ver ya la famosa cala, que tiene por cierto, forma de croissant.
Es la única zona donde podemos ver alguna que otra casa o bungalow en este parque natural.
Los exteriores del Bulli son muy especiales. Tiene gran protagonismo la vegetación mediterránea que Ferrán integra incluso en su cocina.... recuerdo un plato que consistía en unas puas dulces de pino, con todo su olor como sabor. El shabu-shabu de piñones. Y el plato de estanque helado, que con su forma circular y su color verde y agua, bien pudiera ser el invierno personificado en la Cala Montjoi.
Desde esta terraza, también con sabor mediterráneo, se puede disfrutar de las vistas a este estanque que es la cala, con su agua quieta y salada.
En ella se puede comenzar la cena. El capítulo de los snacks. Pero tiene pocas mesas y no todos los comensales van a poder ocuparlas. También se puede culminar aquí con los postres, e incluso tomar una copa cerca de Ferrán. Aquel día de agosto, nos despedimos de él en este sitio, le dejamos sentado en una de las mesas charlando con dos clientes, un matrimonio italiano, que luego vi en uno de sus documentales. Eran clientes de siempre, de los de cuando el Bulli era algo muy diferente.
Yo el Bulli lo conocí así. En una tarde noche de un agosto reluciente. Aun no había entrado en el restaurante, aun no había tomado asiento, pero de alguna forma y no se cómo ni por qué, la cena ya había empezado desde hacía bastante tiempo. Como un viaje que se vive cuando se prepara y se extiende después, con el recuerdo.
El Bulli se expande en el tiempo. Quizá por eso piense en el Bulli, como El Bulli forever.
El lugar.